¿Y es que quién en esta vida puede ser más intenso que un señor que escribe nivolas* tituladas Del sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo? Un vasco españolista, un progre franquista y luego arrepentido, un cristiano desencantado que necesita creer en algo, un emigrante del racionalismo y del positivismo, un forastero y amante del existencialismo. ¿Sois capaces de contemplar ahora la enorme aura de misterio que desprende el autor de Niebla? Quién me lo iba a decir: me conmueve su desesperada búsqueda de la fe racionalizada y su rectificación intelectual y a tiempo (poco antes de morirse) por haber confiado cándidamente en las tropas, según él “regeneracionistas”, del dictador Francisco Franco. Ah... Si todos los católicos se atreviesen a cuestionar sus creencias y todos los fascistas recapacitaran y se arrepintiesen como él... El mundo sería mejor y los rojos y los fachas podríamos procrear sin preámbulos y demás prejuicios y estereotipos.
¿Por
qué ya nadie habla de Dios? ¿Es que está tan desfasado y demodé?
Insoportables y repelentes niños de la JMJ, apasionados cofrades que
dejáis las Iglesias vacías durante 358 días al año: ¡échaos a
un lado! Esta atea exige creyentes de verdad, esos que -de tanto
creer- terminan por pensar. Y por hacerme pensar. Podéis leer en el
siguiente fragmento como el mismo Unamuno relata su crisis religiosa:
“Fui de chico devoto en el más alto grado, con devoción que picaba en lo que suelen llamar (mal llamado) misticismo […]. Cuando llegué a Madrid a estudiar […] proseguí con mi empeño de racionalizar mi fe, y es claro, el dogma se deshizo en mi conciencia. Quiero decir con esto que mi conversión religiosa (tal es su nombre) fue evolutiva y lenta, que habiendo sido un católico practicante y fervoroso, deje de serlo poco a poco, en fuerza de intimar y racionalizar mi fe, en puro buscar bajo la letra católica el espíritu cristiano. Y un día dejé de pronto de oír misa […]. Hará cosa de cuatro años, atravesé una crisis íntima […]. Fue un periodo de terribles angustias. Bajo aquel golpe interior volví o quise volver a mi antigua fe de niño. ¡Imposible! A lo que realmente he vuelto es a cierto cristianismo sentimental, algo vago, al cristianismo llamado protestantismo liberal.” (Manuel Padilla Novoa. Unamuno. Madrid: Ediciones del Orto, 1994)
Sí,
habéis leído “Ediciones del Orto”,
pero pongámonos serios. El hecho de que para Miguel de Unamuno el
existencialismo fuese la evolución del racionalismo siempre me ha
hecho pensar. ¿Es que la reflexión, la crítica y el conocimiento
tienen que conducir siempre a la angustia, el sufrimiento y la eterna
incertidumbre? Porque Unamuno, todo sea dicho, lo pasó fatal.
Aprendió danés para poder leer a Kierkegaard -considerado padre del
existencialismo- en su lengua original, y eso es muy fuerte. Este
filósofo representó una gran influencia para Unamuno y le otorgó a
la fe un nuevo significado: el de la duda. Y es que tener fe es
dudar. O así debería ser. Kierkegaard pensaba que para tener
verdadera fe en Dios también había que dudar de su existencia. No
dar nada por hecho ni por sentado, cuestionar las costumbres, las
tradiciones y la cultura. Rechazar lo innato. Moraleja: no bauticéis
a vuestros hijos, es una tremenda injusticia. Dejadles al menos
tener creencias propias, joder.
Y
ahora que estoy ojeando la Wikipedia (fuente muy mal vista pero
también muy recurrente) me doy cuenta de que mi nombre debería
aparecer en el apartado de “Influencia y legado”. Desde hace unos
años, una de mis frases imprescindibles es “Tengo una angustia
existencial que ni la de San Manuel Bueno, mártir”.
Eso es muy importante.
Pero dejemos a Dios
tranquilo, que ya bastante tiene con Woody Allen. Pasemos a la
política. ¿Sabíais que Miguel de Unamuno fue diputado por la
conjunción republicano-socialista en Salamanca? Sí, sí. Él mismo
proclamó, con notable alegría y esperanza, la II República en
dicha ciudad. Sí, la pregunta es evidente: ¿qué coño ha ocurrido
para que semejante intelectual como fue Miguel de Unamuno ocupara un
escaño desde el año 1931 hasta el 1933 y ahora nos gobierne Mariano
Rajoy?
Pero no nos desviemos.
Tras retornar de su exilio al término del mandato de Primo de
Rivera, ocupar su lugar como concejal en Salamanca y ser nombrado
rector de la Universidad de esa ciudad, nuestro querido escritor se
convierte en un verdadero indignado de su tiempo. Pero al revés.
Como tantos otros, Unamuno termina por desencantarse del gobierno
republicano y comienza a tener fe (ah, una vez más) y a ver
reflejada la esperanza en el bando rebelde, al que apoyó durante los
primeros meses de sublevación y guerra civil. O “incivil”, como
él mismo la llamaría más tarde, cuando se arrepintiese
profundamente de sus actos.
Ha llegado el momento
de contaros mi momento histórico-literario favorito de todos los
tiempos:
En el año 1936,
durante el acto de apertura del curso académico de la Universidad de
Salamanca -que se celebró el 12 de octubre, “Día de la raza”
entonces y “Día de la hispanidad" ahora, no hemos cambiado
tanto- varios oradores alzaban sus voces con ataques hacia el pueblo
vasco y el catalán, llamándoles “cánceres en el cuerpo de la
nación”, entre otros bonitos cumplidos. Unamuno presidía el
acto, ya que era el rector de la Universidad, y sus palabras no
dejaron indiferentes a nadie. Ahí van:
“Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso -por llamarlo de algún modo- del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repentina explosión contra vascos y catalanes llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir lo mismo. El señor obispo lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona, y aquí está para enseñar la doctrina cristiana que no queréis conocer. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao y llevo toda mi vida enseñando la lengua española, que no sabéis".
En
este momento, el general Millán-Astray irrumpió en alaridos y
gritos llenos de furia, entre los que resonó algún que otro insulto
y un “¡Viva la muerte!”.
“Acabo de oír el necrófilo e insensato grito "¡Viva la muerte!". Esto me suena lo mismo que "¡Muera la vida!". Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Como ha sido proclamada en homenaje al último orador, entiendo que va dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte. El general Millán-Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto con un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero los extremos no sirven como norma. Desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta el pensar que el general Millán-Astray pudiera dictar las normas de la psicología de las masas. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, que era un hombre, no un superhombre, viril y completo a pesar de sus mutilaciones, un inválido, como he dicho, que no tenga esta superioridad de espíritu es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. El general Millán Astray desea crear una España nueva, creación negativa sin duda, según su propia imagen. Y por eso quisiera una España mutilada".
El
general Millán-Astray vuelve a interrumpir al escritor con el famoso
(y estúpido, soez y criminal) grito de “¡Muera la inteligencia!,
¡muera la intelectualidad traidora!, ¡viva la muerte”. Tras esto,
un valiente Miguel de Unamuno termina magistralmente su discurso:
“¡Éste es el templo de la inteligencia, y yo soy su sumo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto. Yo siempre he sido, diga lo que diga el proverbio, un profeta en mi propio país. Venceréis, porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis, porque para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho”.
El
22 de octubre de ese mismo año, Franco destituyó a Unamuno como
rector de la Universidad de Salamanca. Fue restituido en su cargo
póstumamente en octubre de 2011.
Este
discurso le costó la vida. Miguel de Unamuno murió en su casa dos
meses después, estando bajo arresto domiciliario. Merece (mucho) la
pena ver -en realidad, escuchar- este vídeo que recoge uno de los
últimos testimonios de Unamuno. Puede que la bala no procediese esta
vez de un fusil, o puede que sí, pero sin duda el fusil era él
mismo. Creo que el existencialismo -político, religioso e
intelectual- mató a Miguel de Unamuno y Jugo.
Y
es que, como dijo Machado, “Unamuno ha muerto repentinamente, como
el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo”.
*nivolas: nombre con el
que Unamuno bautizó a sus propias novelas. En su época había
demasiados corsés literarios (estructura, línea argumental, tipo
fijado de personajes...) que limitaban muchísimo al escritor, por lo
que inventó un género aparte para su propia literatura.