Aunque hace mucho tiempo que deseo
escribir esto, el estallido que ha ocasionado una crítica (muy lejos, por cierto,
de ser constructiva) sumado a las pocas ganas que tengo de
estudiar para mi examen del martes, me han impulsado a escribir, por
fin, estas líneas que ahora leéis.
Y es que, estudiar Periodismo (y sí,
lo escribo y lo escribiré siempre con la primera letra en mayúscula)
no es sólo aprender a redactar, a distinguir los tipos de fuentes y
a memorizar teorías de dudosa utilidad, no. También entraña una
iniciación en el mundo del periodista y, por lo tanto, la conversión en víctima en el mismo momento en el que empiezas a jugar (procurando
seguir, eso sí, todas las reglas y sin
hacer trampa alguna) a juntar letras. En los tres años que llevo
siendo partícipe de este a veces macabro juego he podido observar y
soportar tremendas injusticias contra el que para mí es el mejor
oficio del mundo. Y es que el Periodismo siempre está en medio, y,
por lo tanto, siempre lleva las de perder y es dañado
indistintamente por unos y otros, no importa en absoluto el color y
lo que éste represente.
Empezaré mi manifiesto admitiendo una
verdad que los que me conocen saben y que veo necesaria plasmar por
escrito en esta declaración de (pre)tensiones: soy de izquierdas. Lo
escribo como lo digo, alto y con orgullo. Alto, porque es algo de lo
que llevo algunos años cerciorándome, y con orgullo, porque todo el
mundo ha de expresar con júbilo aquello de lo que se siente
completamente seguro y acorde. Esto, queridos amigos, es una putada.
Al menos, en mi caso. Lo es al igual que lo sería si fuese de
derechas, porque es una putada estar definido ideologicamente y ser,
aún así, periodista. Todo sería mucho más fácil si no se
poseyese una clara ideología, ¿verdad? Siempre en el centro,
siempre armonioso, escribiendo sin culpa o remordimiento acerca de
movimientos sociales, partidos políticos y demás fauna social. Pero
a mí, por suerte o por desgracia, siempre me han conmovido las
luchas de la izquierda (en las cuales he participado siempre que he
tenido ocasión, no quiero que penséis que soy una militante
ideológica pasiva), sus causas y sus ideas, con las que estoy
de acuerdo a veces casi de forma apasionada y visceral. No obstante,
mi pensamiento político es, por supuesto, racional, y aún así sigo
comulgando con las premisas de los bien llamados rojos, porque rojo
es el color de la sangre, y por los derechos básicos y la libertad del ser humano se ha derramado mucha.
Pero, dejadme deciros algo a aquellos que decís ser de izquierdas y que luego os cagáis sin pudor alguno en esa puta de la
libertad de expresión: el buen Periodismo no es de derechas ni de
izquierdas. Os guste o no. Y, creedme, ya he escuchado muchas
veces eso de “el Periodismo ha de optar por un lado u otro,
posicionarse, no puede estar al margen”. Ah, cuánto me llama la
atención eso de que nos critiquéis con tantísima rabia y al mismo
tiempo nos reclaméis y necesitéis. Lo siento mucho, de verdad. El
buen Periodismo no debe posicionarse, porque el buen Periodismo debe
de informar sin ningún tipo de reparo ideológico. Y muchos
pensaréis que este buen Periodismo del que tanto hablo no existe,
que es utopía, que jamás se logrará (qué curioso, esto me suena
al discurso casposo de la derecha contra el comunismo, ¿a vosotros
no?), pero el Periodismo no es posible sin periodistas que lo
conformen y yo me siento parte de esa generación indignada también
con la prensa actual. Mi suerte es que me rodeo de muchas personas
como yo.
Hay tanta paradoja en la vida, me
hacéis reír tanto. Generalmente, para estas personas, el Periodismo
es sólo manipulación y mentira, pero, sin embargo, ¡os gusta tanto
cuando sale mierda de la derecha! Venga, confesadlo. Disfrutáis
tanto como yo cuando un genial artículo desmonta toda una trama de
corrupción, cuando salen a la luz los papeles secretos de Bárcenas,
cuando nos enteramos de todos los millones que tienen ciertos
indeseables (no quiero ser demasiado maleducada) en los paraísos
fiscales. Ahí sí que os gusta el Periodismo. En esos casos, sí.
Es justo y necesario.
Pues bien, ya me he hartado de tanta
hipocresía. Ya me he hartado de que mucha, muchísima gente juzgue
nuestro trabajo y nuestra profesión como si ellos fueran expertos en la misma. ¿Juzgo yo acaso la labor de un abogado, de un médico o de un
historiador? No. No lo hago, porque no soy experta en la temática
que tratan. Y sí, todos sabéis escribir y todos sabéis leer.
Faltaría más. Pero lo voy a decir claro: NO sabéis informar. Y no
porque no hayáis estudiado una carrera de cuatro años, sino porque
no os han enseñado nada acerca de la moral, de la ética
periodística, de la pirámide informativa, de los criterios de
noticiabilidad, de las técnicas para entrevistar, de redacción, de
fuentes. Porque no os han enseñado, tampoco, a amar y a entender el
Periodismo. Por eso nunca sabréis informar.
Así que no me jodáis. Una persona que
hace una foto, escribe un par de frases y la sube a Twitter no está
haciendo Periodismo (ni siquiera ciudadano), al igual que mi madre no
era doctora cuando me curaba de pequeña las heridas que me hacía
jugando con mis amigos en la calle. Y no os ofendáis, pero es que
algunos no es sólo que no sepáis informar, es que ni siquiera
escribís bien.
Personalmente, disto mucho de aquel
columnista que, cómodamente, desde su atalaya personal despotrica y
critica a todo aquel que se le ponga por medio. Me repugna demasiado
esa clase de periodismo (esta vez sí, con minúsculas). No quiero
grandes cabeceras, no quiero Periodismo pasivo. Yo quiero ser
periodista porque busco un Periodismo comprometido con la sociedad,
con los ciudadanos, con aquellos que no tienen voz. Yo quiero ser su
megáfono. Y me da igual, oídme bien, si esa persona que, por ejemplo, ha
sido desahuciada, tiene ideas más o menos conservadoras. Crea lo que
crea y piense lo que piense, siempre va a quedar peor parada que el
banquero o que el político.
Quiero concluir este desahogo literario
como empezó, aludiendo a la destructiva crítica que hoy he recibido
por este artículo y que me ha llevado a escribir esto, que por
supuesto no se debe únicamente a esos comentarios que pretenden ser
hirientes, sino a todo sobre lo que ya he escrito. El
artículo de la discordia fue publicado (como muchas cosas de las que
escribo) en La Taberna Global (LTG), un medio satírico
universitario. En esta web tan criticada y alabada al mismo tiempo he
aprendido casi todo lo que sé gracias sobre todo a Javier Martinez y
a Alberto R. Aguiar, los directores, pero también a todo el equipo
que forma parte de LTG. Puedo asegurar que todos ellos apuestan
por el tipo de Periodismo del que un poco más arriba he hablado, puedo
afirmar que ellos buscan un nuevo Periodismo (y no ese que nos
enseñan en la Universidad, que ha quedado cuanto menos obsoleto) que
luche contra todas las injusticias de las que, desgraciadamente, día
a día somos testigos. Ellos son, pues, mi esperanza. Y, para concluir, diré que algunos de ellos son unos rojazos de cuidado.